
Francisco Cepeda López
Profesor y músico
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En 1941, el escritor George Orwell dijo que «… Vivimos tiempos en los que el individuo autónomo está dejando de existir; o quizá deberíamos decir: en los que el individuo está dejando de tener la ilusión de ser autónomo… esta es la época del Estado totalitario, que no permite, y probablemente no puede permitirle al individuo, ni la más mínima libertad. Cuando uno menciona el totalitarismo piensa de inmediato en Alemania, Rusia, Italia; pero creo que debemos afrontar el riesgo de que este fenómeno pase a ser mundial».
75 años han transcurrido desde esta premonición que, recurrentemente, regresa a los escenarios de la política. Los libertarios muy liberales entran en toda suerte de advertencias sobre los totalitarismos en ciernes, cuando ven afectados sus intereses. Ese anti- totalitarismo es todo, menos democrático.
La Democracia es una fórmula política para la práctica de la fraternidad y el alcance de la igualdad entre todos los humanos.
Una vez considerada teóricamente la igualdad como una de las columnas de la arquitectura democrática, en los albores de las democracias liberales resultó coherente que las primeras constituciones del nuevo régimen burgués dieran cabida a este principio.
La Revolución Francesa se hizo en nombre de la fraternidad, la igualdad y la libertad, pero la historia, esa gran maestra de la vida según se enunciaba en la Grecia clásica, nos muestra cómo los más nobles y solemnes principios teóricos proclamados en los textos constitu-cionales se envilecen al tocar el suelo de la realidad por obra y gracia de los intereses de las clases dominantes.
Rousseau señaló que “(…) ningún ciudadano debe ser lo bastante opulento para poder comprar a otro, ni lo bastante pobre para poder ser constreñido a venderse”. Así se construye una sociedad entre iguales. Esta es una manera de entender la igualdad que se mantiene viva entre las corrientes igualitaristas del pensamiento y la práctica de los padres intelectuales de la democracia burguesa.
A pesar de que su cumplimiento es la primera exigencia de la democracia, los derechos del hombre y del ciudadano solamente son respetados en el cielo de las grandes abstracciones retóricas. Muchos de los profesionales de la política se ufanan de su postura democrática, liberal y justa, mientras su práctica transita por las rutas de las componendas para imponer la garantía de unos intereses individuales particulares en el nombre de la libertad.
En la actualidad, a contrapelo de esas buenas intenciones igualitarias, se presentan formas de gobierno, elegido democráticamente, en las que un tirano ejerce el poder de manera absoluta principalmente para su propio beneficio y no para el bien común. Es el abuso extraordinario de poder, mediante la crueldad y pasando por encima de las leyes que limitan al gobernante.
Para lograr el pleno control del poder, el tirano cuenta hoy, como siempre que la tiranía triunfa, con “una población de esclavos que no tienen que ser coaccionados, porque aman su servidumbre”, como Aldous Huxley.
La tiranía de estos días ya no ejerce el poder solo a través de la fuerza bruta como en la novela de Orwell. Muchas de sus ideas se reflejan en un control más sutil a través del consumo, la tecnología, la propaganda y el control del lenguaje.
En Colombia nos hallamos en una “inflexión de curva” ante la utilización de fórmulas de democracia directa (más que participativa), frente a los dispositivos de la democracia burguesa de “democracia representativa”, que reprimen más que representar la voluntad de los electores. Existe interés y entusiasmo, los cuales no bastan para darle “topos” a la utopía de los mandantes. ¡¡ Hay que derrotar a los mandatarios que no han hecho lo mandado!!
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