
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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Por más que uno intente comprender la lógica militar detrás de una guerra —ese exabrupto humano que deberíamos haber superado hace siglos—, hay límites éticos y jurídicos que jamás deben cruzarse. Israel, en su ofensiva actual sobre la Franja de Gaza, ha traspasado esos límites de forma sistemática y con una impunidad dolorosa ante los ojos del mundo.
Según documenta la BBC en uno de sus más recientes artículos (“Un ataque del ejército de Israel cerca de un centro de ayuda humanitaria en Gaza dejó al menos 31 muertos y unos 150 heridos”), el Ejército israelí ha lanzado ataques contra puntos esenciales para la supervivencia de la población civil: hospitales, mercados, centros residenciales densamente poblados y convoyes humanitarios. Uno de estos ataques, como relata la nota, impactó vehículos del Programa Mundial de Alimentos mientras intentaban llevar ayuda a quienes no tienen ni pan ni refugio. ¿Cómo justificar esto bajo el Derecho Internacional Humanitario?
La Cuarta Convención de Ginebra, firmada en 1949 tras el horror de la Segunda Guerra Mundial, establece de manera contundente que en los conflictos armados se deben proteger los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil, como el agua, los alimentos y la atención médica. La guerra tiene reglas precisamente porque reconocemos que incluso en lo más oscuro debe haber luz. Violar esas reglas no es “defenderse”: es cometer crímenes.
Aquí no se trata de ser pro-palestino o pro-israelí. Se trata de ser pro-derechos humanos. Mi causa no se alinea con ideologías ni con banderas. Se alinea con la defensa de los niños, los ancianos, los médicos, los civiles inocentes que sufren por decisiones que no les corresponden.
También es necesario hacer una aclaración esencial en estos tiempos convulsos: criticar al Estado de Israel —como lo hacemos hoy con claridad y firmeza— no es ni debe ser confundido con antisemitismo. Las decisiones de un Estado moderno, armado y con capacidad de destrucción masiva deben ser evaluadas bajo estándares democráticos, éticos y jurídicos. No bajo la protección de una religión ni de la memoria histórica del sufrimiento de un pueblo, que no puede ser instrumentalizada para justificar atropellos actuales. Confundir crítica política con odio religioso no solo es deshonesto: es una trampa peligrosa para deslegitimar las voces que exigen justicia.
El argumento de que Hamas utiliza infraestructura civil como escudo no exime a Israel de su responsabilidad. Las leyes internacionales son claras: la protección de civiles no es opcional. Si los Estados insisten en mantener la guerra como mecanismo, al menos deben tener la decencia de respetar sus propias reglas: soldados contra soldados, no ejércitos contra niños.
Así no, Israel. Así no se construye seguridad. Así no se recupera la dignidad de un país. Así solo se perpetúa el dolor, se destruye toda posibilidad de reconciliación, y se borra —con fuego— la diferencia entre la defensa legítima y la violencia sin justificación.
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