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Si la gente votara con las neuronas del cerebro y no con las del estómago, otra Colombia sería posible.

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La ONU seguirá siendo instrumento de los poderosos mientras tenga sede en EE.UU. y el veto sea la regla del juego.

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La guerra no entra en la moral. Esa moralidad es un placebo para conciencias tranquilas: la historia se decide en arsenales, logística y sangre, no en hashtags de paz.

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“No hay pueblos elegidos, la humanidad es ya el pueblo elegido, y es nuestro deber defender la vida”.

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Es penoso pero cierto decir que en este país todos los principios de la ética democrática son manoseados según la conveniencia y la coyuntura política.

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La democracia gringa puede morir en la oscuridad, puede morir en el despotismo. Con Trump, es igual de probable que muera por la estupidez.

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La verdadera locura no está en consumir drogas, sino en sostener la farsa de una guerra hipócrita contra ellas.

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El milagro de Medellín no fue fruto de las bibliotecas ni de la cultura, sino de la hegemonía de Don Berna: la DonBernabilidad, la pax mafiosa que permitió un orden aparente en la ciudad.

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Lo que sí es contrario y antagonista al Mercado y al Estado… es la autonomía de las trabajadoras y los trabajadores, los movimientos sociales, las comunidades y el común, desarrollando sus propios poderes paralelos frente al Estado.