
Juan Carlos Silva
Magíster en Lingüística y Economista UPTC
•
Tal vez, una de las formas más claras en que se revela la locura contemporánea es el espectáculo de la contradicción oficial: Los mismos que en privado —jefes de Estado, ministros, funcionarios— celebran banquetes agasajados con drogas de todo tipo aparecen en público como paladines de la lucha contra esas mismas sustancias. La doble moral no es novedad, pero en nuestra época adquiere una densidad particular: se vuelve un rito mediático que alimenta titulares y discursos, mientras en los sótanos de la vida privada se perpetúa el consumo que dicen combatir.
El teatro es, desde siempre, metáfora de la política. Platón lo desconfiaba porque lo veía como un simulacro que desviaba a la polis de la verdad; Shakespeare lo utilizó como escenario en el que la ambición, la traición y la máscara se hacen visibles; Artaud soñó con un teatro que desgarrara la carne del espectador, que no se limitara a fingir sino que expusiera la vida desnuda. En todos los casos, lo teatral es fingimiento que, paradójicamente, revela.
Pero lo que ocurre con estos dirigentes de hoy no alcanza, desde luego, a la condición estética. Aquí no se ve catarsis trágica ni farsa lúcida: hay un falso teatro. Y si el teatro ya implica representar, el falso teatro es la degradación del arte de fingir en pura mentira institucionalizada. La máscara ya no se lleva con destreza, se pega con saliva y se cae al primer movimiento.
Esa impostura constante se traduce en lo que podríamos llamar, ya lo dijimos, un delirio colectivo. La locura contemporánea no radica en el hecho de consumir drogas —antiguo recurso humano de placer, ritual o búsqueda— sino en la teatralización de una guerra hipócrita contra ellas. Es la demencia de sostener un escenario donde nadie cree lo que dice ni lo que hace, y todos participan del juego, como si el mundo entero se hubiera convertido en público cautivo de una obra que, obvio, no merece llamarse de teatro.
Así, la política se revela como una escena rota: no hay tragedia que nos eleve, ni comedia que nos libere. Solo un fingimiento de fingimiento, una representación de cartón piedra. Y quizá sea en esa repetición vacía, en esa impostura sin arte, donde se halle la verdadera locura de nuestro tiempo.
POSDATA 1. O el loco es Trump -y sus desmanes, andanadas, arbitrariedades francamente delictivas y criminales- o los locos somos nosotros que hemos dedicado la vida a la paz y la concordia diarias. Entonces, por esto escribí el presente artículo sobre la falsa lucha contra las drogas, para que algún angustiado y casual lector pudiera verse confirmado en sus sospechas y se pudiera decir a sí mismo, quizá entre dientes-: Si ve, yo sí lo había pensado también, y me había preguntado si era yo el loco o era Trump. Y así, de esta manera, se difundiese este pensamiento confirmatorio de una sospecha de muchos, que ya podían estar seguros de que los desquiciados eran los otros… That is the question.
POSDATA 2. Cuando se usan vocablos como ‘Platón’ y ‘Aristóteles’ o ‘Diógenes de Sínope’ –solo por dar algunos ejemplos- se pretende con esto que el argumento apunte a todos, a nadie en específico, a la nada, a ningún tiempo en especial, y, lo que se afirma, vale entonces en la Cochinchina, en Java, en Macao, Bosnia, Herzegovina, etc. No se quiere responsabilizar a nadie, sino hallar una raíz profunda anterior a lo humano y posterior también. Esa especie de La Verdad que busca Platón y que yace serena, tranquila, impasible, en medio de todos los vendavales y carnavales de Venecia -quiero decir, de Máscaras.
Deja una respuesta