
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
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Especial para El Quinto
La pandemia de 2020 trastocó nuestra manera de entender el trabajo. Lo que al inicio fue una respuesta improvisada para sostener la productividad en medio de confinamientos, se convirtió en una transformación global que puso en el centro el debate sobre los tiempos, los espacios y las dinámicas laborales.
Hoy, cinco años después, la pregunta no es si el trabajo flexible llegó para quedarse, sino cómo vamos a diseñarlo para que sirva tanto a las empresas como a los trabajadores en Colombia.
Un reciente estudio de WeWork y Michael Page reveló que el 86% de las mujeres en Colombia prefiere esquemas híbridos o remotos, frente al 74% de los hombres. Esta cifra no es un simple dato estadístico: refleja realidades profundas. En un país donde, según el DANE, nueve de cada diez mujeres cargan con trabajo de cuidado no remunerado, la flexibilidad laboral no es un lujo, sino una herramienta concreta para equilibrar responsabilidades familiares y oportunidades profesionales.
Las empresas que comprendan esto no solo estarán respondiendo a una demanda social, sino que estarán ganando en competitividad. El trabajo híbrido, bien diseñado, no reduce productividad: al contrario, la aumenta al disminuir los tiempos muertos de desplazamiento, mejorar la calidad de vida y potenciar la retención de talento. Además, favorece algo que Colombia necesita con urgencia: equidad de género. Permitir que más mujeres accedan a empleos formales y que los hombres participen más activamente en las labores del hogar no es solo un avance social, sino un impulso al desarrollo económico del país.
Por supuesto, el desafío es entender que no todas las actividades pueden migrar a la virtualidad. Habrá sectores donde la presencialidad sea indispensable. Un sepulturero no podrá llevarse el trabajo a la casa… Pero más allá de esta burda caricatura, incluso allí, el debate debe centrarse en cómo garantizar jornadas más humanas, con opciones que permitan conciliar vida laboral y personal. En un mundo donde la natalidad cae a niveles históricos, las organizaciones que ignoren este cambio cultural se arriesgan a perder relevancia frente a las nuevas generaciones de trabajadores que valoran más la flexibilidad que la estabilidad de un contrato rígido.
En conclusión, la flexibilidad laboral no debe verse como una concesión, sino como una estrategia de sostenibilidad empresarial y social. Colombia no puede permitirse seguir operando con paradigmas laborales del siglo pasado. Si queremos productividad, bienestar y equidad, es hora de que las empresas y el Estado trabajen juntos para consolidar un modelo o varios que abran oportunidades reales para todos dentro de la formalidad. Porque, en el fondo, la pregunta ya no es si podemos hacerlo, sino qué tanto estamos dispuestos a cambiar para no quedarnos atrás.
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