
José Aristizábal García
Autor entre otros libros de Amor y política (2015) y Amor, poder, comunidad (2024)
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Trump es la cima de las jerarquías del poder de dominación. Quien mejor encarna ese poder y exhibe con alarde la supremacía imperial.
Ha amenazado a Corea del Norte con “fuego y furia como el mundo nunca ha visto”. A Irán le ha dicho que lo atacará con una fuerza “desproporcionada y devastadora”, lo podría “borrar de la faz de la tierra” y “dejará de existir”.
Con portaaviones, bombarderos, tropas, misiles y argumentos falaces, amenaza con invadir a Venezuela y Colombia.
Su retórica autoritaria y vengativa no pasa un solo día sin impartir sanciones, órdenes, descertificaciones o prohibiciones a otros países. Con imponer aranceles “masivos” a China, México, Canadá. Intimidar a los BRICS. Retirarse de la ONU y la OTAN. Declarar enemigo a quien ose alguna crítica.
A Gustavo Petro, un reconocido luchador contra el narcotráfico y Presidente de Colombia, lo acusa de manera aleve, de “matón” y “narcotraficante”.
En su propio país, ha amenazado con “castigar a los traidores”. Y ha mandado a la Guardia Nacional a reprimir a Los Ángeles, Chicago, Memphis, Washington.
Algunas de sus amenazas producen muerte y genocidio. Como su apoyo a las matanzas del pueblo palestino. O su orden de bombardear lanchas con pescadores en los mares cercanos a Venezuela y Colombia que ha producido más de sesenta asesinatos o ejecuciones extrajudiciales.
Si el poder del soberano es un poder de vida y de muerte sobre sus súbditos, Él encarna la soberanía mundial del excepcionalísimo norteamericano.
Pero ¿cuál es la causa de semejante exhibición de arrogancia a toda hora y en todo lugar? El poder imperial yanqui necesita exhibir ese poder porque sabe que su hegemonía está en declive y se aproxima a su fin. Y Trump ha sido elegido para luchar por no perder esa hegemonía. Por ello tiene que infundir miedo, terror, asustar y atemorizar a pueblos y países. Bravear para que algunos se vuelvan a someter a sus designios.
El imperio lo ha hecho así casi siempre, esa es una de sus formas de mantener su dominio. Pero ahora le es más imperativo. Porque estamos en un capitalismo “de finitud” y en un fascismo “del fin de los tiempos”, pues los bienes comunes de la naturaleza se están agotando. Porque le han surgido unos rivales hegemónicos de ese mismo poder de dominación.
Y porque, al mismo tiempo, se expresan otros poderes, distintos al suyo. El poder del antiimperialismo que ahora crece en América Latina ante sus provocaciones. El poder del Sur Global que se levanta contra el orden unipolar. Los poderes de los movimientos sociales y los pueblos que se han solidarizado con Palestina. El poder de las tres grandes oleadas de movilizaciones que se han dado en los propios EEUU con las consignas “quita tus manos” y “no hay reyes”.
Los poderes de la dominación divulgan la visión de una escena mundial en la que sólo se ven sus relatos de triunfo, progreso e imposición. Creemos que esa escena hay que verla, al contrario. Mirando desde abajo. Ver que ellos aún siguen teniendo mucha fuerza. Pero otras fuerzas están creciendo y otras germinan en medio de la tormenta.
Una flotilla de unos barcos pequeños, que se enfrentó al monstruo genocida de Israel, levantó una oleada de movilizaciones en todo el mundo. En la Colombia amenazada, el movimiento que apoya al presidente Petro, el Pacto Histórico, pese a las trabas de quienes manejan el sistema electoral, alcanzó una alta votación que la mayoría del país ni se imaginaba.
Las cúpulas de todos esos poderes de dominación usan el terrorismo de Estado, la guerra, el genocidio y el ecocidio porque sienten que su tiempo mengua. Los poderes del dólar y el Pentágono viven un declive terminal. Aliadas a las mafias y al crimen transnacional, esas cúpulas exhiben su fascismo porque su democracia de mercado no tiene ya nada qué ofrecer. Sin ética, ni sabiduría, ni verdad, ni bondad, ellas son la muerte. Sólo odio y rabia. Y por eso acuden a una exhibición belicosa y arrogante de un dominio sin límites.
Si usan la violencia y el terror es porque persisten y ascienden las grandes movilizaciones, los levantamientos, estallidos y revueltas.
Quizás lo que nos falta es más confianza en nosotros mismos, en los inmensos poderes de la vida, la multitud y los movimientos. Más conciencia de nuestras propias fuerzas, las de la autonomía y del amor que subyacen en los adentros de cada una y cada uno. Dejar el derrotismo, los lamentos y el fatalismo y exhibir nuestros propios poderes.


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