
José Aristizábal García
Autor entre otros libros de Amor y política (2015) y Amor, poder, comunidad (2024)
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La extrema derecha tiene dos motivos por los cuales parece estar preparando seriamente otra oleada de violencia.
El uno es que, en los últimos tres años, ha perdido el control del poder ejecutivo y de una parte importante de la sociedad y teme volverlos a perder en la contienda electoral de 2026.
El otro es que la actual política imperial de EEUU, que necesita recuperar y preservar su dominio sobre el continente americano, siente que está perdiendo el control del gobierno colombiano y necesita recuperarlo. Y esa extrema derecha criolla depende del apoyo de esa política imperial que es su mentora y sostén.
Entonces, tenemos una coincidencia entre el interés de la extrema derecha colombiana y las necesidades de la actual política imperial estadounidense. A ninguna de las dos le interesa la paz, ni las vidas de la mayoría de las personas colombianas, ni la democracia, ni ninguna reforma que modifique en lo más mínimo las viejas estructuras que han sostenido su dominación.
Un primer hecho que muestra los preparativos de esa opción son las campañas de odio que se propalan contra el presidente Gustavo Petro, su gobierno, sus seguidores y todo lo que representa el “petrismo”. A través de sus señalamientos, esas campañas construyen un “enemigo” al cual hay que eliminar. Ya se ha oído a candidatos de esa tendencia hablar de “destripar a la izquierda” y “repartir balín para garantizar la seguridad”. Tal como se hizo con los liberales gaitanistas en los años cuarenta/cincuenta y, después, con los comunistas. Primero azuzan el odio y el miedo para, luego, justificar la muerte.
Segundo hecho: el 13 de octubre, en Santander, una movilización de sectores populares fue agredida por grupos de la policía, militares de la reserva, civiles armados y los llamados “frentes de seguridad” impulsados por autoridades departamentales y municipales. El 7 de octubre, en Medellín, una manifestación pacífica en solidaridad con Palestina fue atacada de manera brutal, con golpes y patadas por parte de personal de la oficina de “seguridad y control” de la alcaldía de Medellín. Y en ese mismo mes, en los alrededores de la Universidad Nacional, en Bogotá, civiles armados de palos amenazaron a grupos de indígenas y campesinos que se alojaban allí y se preparaban para salir a manifestarse.
Algunas administraciones departamentales y municipales como las de Antioquia, Santander, Valle y sus respectivas capitales han asumido que la forma principal de enfrentar la inseguridad es la represión y han organizado en sus dependencias a militares retirados y civiles como autodefensas. Esto es similar a la creación de las cooperativas de seguridad Convivir que le abrieron el campo al paramilitarismo en varias regiones del país.
Tercer hecho: desde el principio del actual gobierno, hay gente amenazando con dar un golpe de estado y promoviendo su ejecución. Esa amenaza se ha hecho más fuerte ahora, cuando crece la posibilidad de que el siguiente período presidencial sea del mismo signo progresista. Han llegado a plantear que ese golpe sea violento.
Cuarto: nunca antes se había visto a figuras públicas y dirigentes políticos acusando ante la potencia norteamericana a un presidente elegido democráticamente y pidiéndole que intervenga para derrocarlo. Es lo que ocurre en los últimos meses. Esto, unido al aumento de la presencia militar estadounidense en el mar Caribe, podría precipitar un derramamiento de sangre con el pretexto de la guerra contra el narcotráfico.
Quinto: si la ofensiva militar de Trump contra Venezuela se materializa en un derrocamiento del gobierno de Maduro o cualquier otro tipo de intervención en su territorio, la violencia que esto produzca en el hermano país también repercutirá en el nuestro. La ultraderecha colombiana no querrá desaprovechar esa oportunidad para que aquí se haga algo similar.
Pero el pueblo puede responder a esos preparativos y levantar su fuerza como un dique para frenar esa violencia. Cuando ya han visto que sí es posible abrir más la democracia, comenzar a repartir tierras e impulsar algunas de las reformas necesarias, la gente y sus movimientos sociales van a defender esos logros.
Serán las manifestaciones en las calles y las plazas de todo el país las que derrotarán esos intentos de una nueva violencia. Y la convocatoria y realización de una asamblea nacional constituyente es una buena propuesta para unir a las colombianas y los colombianos en esa gran movilización.


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