
Víctor Solano Franco
Comunicador social y periodista
•
Especial para El Quinto
Una revisión a fondo de estudios recientes revela una paradoja inquietante: aunque las cifras oficiales de criminalidad estén bajando, la sensación de inseguridad entre los colombianos sigue creciendo. La explicación va más allá de los números y se adentra en cómo y por qué se cometen los delitos en nuestro país.
En primera instancia, la violencia urbana y los delitos de mayor impacto —como la extorsión, el hurto y los homicidios— están estrechamente vinculados a dinámicas estructurales y racionales. Según la quinta versión del Reloj de la Criminalidad del Centro de Estudios sobre Justicia (CEJ), los delitos que más aumentaron en el primer semestre de 2024 fueron la violencia intrafamiliar, los delitos sexuales y las extorsiones, con incrementos significativos que impactan sobre todo a mujeres y niñas. El secuestro ha continuado siendo una estrategia de grupos armados ilegales, mientras que las bandas criminales emergentes han encontrado en el narcotráfico, la extorsión y la minería ilegal, partidas de financiación que pagan sus gastos operativos
Pero la violencia no es un acto aleatorio; obedece a incentivos y territorios. Las riñas dominan especialmente los homicidios por violencia interpersonal, donde el consumo de alcohol combinado con disputas sociales desencadena tragedias. Los patrones delictivos también tienen un ritmo: golpes urbanos como hurto a personas o fleteo se concentran en fines de semana y zonas peatonales o públicas, mientras que la violencia sexual ocurre con mayor frecuencia en horarios nocturnos o primeras horas del día, un récord doloroso con 86 casos por día en 2024.
A esto sumemos el terrible fenómeno en muchas de nuestras urbes de las llamadas ‘fronteras invisibles’, linderos que no vemos, pero que los habitantes de un sector reconocen cuando saben que no deben cruzar de una calle a otra porque una línea imaginaria se cruza en su cotidianidad y hace la diferencia entre la vida y la muerte, según los criterios de las bandas delicuenciales.
Por otro lado, el distrófico fenómeno de la incomodidad colectiva —esa sensación de miedo que subsiste pese a mejoras en las estadísticas— es explicado por expertos: las personas no solo temen a lo que pasa, sino al caos latente, a lo latente y al fallo institucional. El miedo se vuelve corrosivo cuando se perpetúa por la falta de señales claras de autoridad efectiva. Así, cualquier atentado político o crimen con tinte simbólico exacerba el clima de pesimismo y erosiona la confianza ciudadana, aún cuando las cifras objetivas indican una leve disminución global en homicidios o hurtos.
El consumo real de delitos por parte del sistema judicial también revela la estructura del crimen: transporte de estupefacientes, hurto, violencia sexual, extorsión y concierto para delinquir son las acusaciones más frecuentes que reciben condenas y generan sobrecarga judicial.
Para cambiar el enfoque, debemos reconocer que los delitos se cometen con base en oportunidades, estructuras criminales que controlan territorios y economías ilícitas, y una respuesta institucional débil. Y aunque los datos pueden apuntar hacia señales positivas, si la percepción ciudadana no mejora, toda política pública queda inválida ante la pérdida de legitimidad.
Nota: en una próxima columna abordaré el tema de las violencias silvestres, las no organizadas.
Deja una respuesta