
Francisco Cepeda López
Profesor y músico
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La democracia gringa puede morir en la oscuridad, puede morir en el despotismo. Con Trump, es igual de probable que muera por la estupidez.
Hace tiempo que Estados Unidos se ha convertido en un país desarrollado en vías de subdesarrollo. Pueblos enteros y pequeñas ciudades se han marchitado junto con las industrias que antaño significaban su vida, los servicios públicos se degradan, se cierran o se subastan a empresas privadas. Autopistas, puentes, túneles y redes eléctricas, toda la infraestructura material de la vida pública están escandalosamente podridos (física y financieramente).
La esperanza de vida desciende. Cada vez es mayor la cantidad de gente durmiendo en los bancos de los parques, en los vagones del metro o al borde de la carretera. El trabajo infantil, que se creía extinto (un medievalismo industrial de la época de los talleres clandestinos) aparece ahora en casi todos los sectores de la economía, desde las lavanderías industriales y las fábricas de piezas de automóviles hasta los restaurantes de comida rápida y las obras de construcción.
Los empleos de adultos, que antes se consideraban seguros, se convirtieron en diversas formas de empleo precario o temporal. Las familias con dos asalariados ganan ahora lo que antes ganaban con uno solo. Las pensiones que garantizaban unos ingresos de jubilación han sido sustituidas por otras ligadas a las volubles oscilaciones del mercado bursátil o no han sido sustituidas en absoluto. La red de seguridad social -una exageración metafórica incluso en sus mejores tiempos- se ha convertido en una vergüenza al estilo de las narraciones de Charles Dickens.
Solía ser de dominio público (dijo Bret Stephens no hace mucho) que los aranceles son una idea terrible. La frase “empobrece a tu prójimo” significaba algo para la gente corriente, al igual que para el senador Reed Smoot y el representante Willis Hawley; los estadounidenses recuerdan hasta qué punto los aranceles aplicados en 1930, junto con otras medidas proteccionistas y aislacionistas, contribuyeron a convertir una crisis económica global en otra guerra mundial. Trece presidentes sucesivos juraron no volver a repetir aquellos errores.
¿Ese sería “El fin de la historia” pronosticado por Francis Fukuyama?
Hasta Donald Trump. Ningún presidente estadounidense ha sido -hasta ahora- tan ignorante de las lecciones de la historia; hasta hacerse presidente de los estados unidos ninguno ha sido tan incompetente a la hora de poner en práctica sus propias ideas. Los críticos de Trump siempre se apresuran a ver el lado siniestro de sus acciones y declaraciones. Pero nada ha sido más demencial que entregar todo el poder a un torpe, pero un peligro aún mayor puede residir en la naturaleza caótica de su política.
Desde 2013 la cooperación en materia de inteligencia entre los países miembros de la OEA se limitó principalmente a los acuerdos bilaterales de intercambio entre los Estados Unidos y algunos de sus socios claves en la región.
En el caso de las “Políticas antidrogas”, como aparece en el informe del “Equipo de Escenarios” convocado por ese organismo, “El intercambio de inteligencia contribuye a que las instituciones de policía sean más efectivas al combatir la violencia y al desmantelamiento de organizaciones traficantes y pandillas callejeras”
De buenas intenciones está sembrado el camino al infierno. Ahora, el ejecutivo estadounidense acaba de hacer lo que alguien -no recuerdo quien- dijo respecto de la medida de no renovar el certificado de buena conducta a Colombia por su manejo de la política antidrogas: “se dio un tiro en el pie”. Pueda ser que con la descertificación el presidente de comic buscara más bien la desertificación del país y, de paso, de todo Suramérica.
Pero Trump y sus conmilitones (que van reduciéndose con cada evacuación coprológica del presidente) no asumen el riesgo moral, concepto que nos informa sobre cómo los individuos asumen sus decisiones de riesgos cuando las posibles consecuencias negativas de sus actos no son padecidas por ellos, sino por un tercero. Existe riesgo moral cuando una persona tiene mayor información acerca de sus propias acciones que el resto de los individuos. Y, como son otros quienes soportan los costes, los incentivos para ser responsables por quienes tienen más información estén distorsionados. Consecuentemente la capacidad del mercado para asignar eficientemente el riesgo se reduce. (Krugman y Wells, 2012)
Escribió Juanita Vélez en “La Silla Vacía” en 2017 “…, en la política antidrogas, queda claro que dentro del Gobierno no hay un consenso sobre este tema y que durante estos ocho años ha mostrado no solo una cara internacional y una política nacional distinta, sino bandazos dependiendo del funcionario que hable”.
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